Su obra es la de un autodidacta apasionado y con gran talento. Aunque no asistió a la escuela de Bellas Artes y se formó solo, guiado por sus gustos y sus referentes, se caracteriza por una fuerza y una originalidad bastante inusuales.
Su obra ha llegado a importantes galerías y museos, que la exponen seducidos por esa pintura meditativa y secreta donde, tanto en retratos como en paisajes, se puede leer la soledad del mundo moderno y la melancolía del hombre. En Bouin hay algo de Edward Hopper, y tal vez recuerdos de Magritte y Delvaux, pero también se aprecian reminiscencias de la pintura más clásica, cuyo oficio aprendió solo, visitando museos.
Su afecto y su profundo conocimiento de Poussin le valieron la amistad y la estima de Pierre Rosenberg, presidente y director honorario del Museo del Louvre, junto a quien amplió sus conocimientos sobre algunos pintores.
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